MISTELA THAT IS? Its interior may contain fruit syrup or liquor. Surely, when you were a child, a small bottle, wrapped in aluminum foil, came to your hand when you opened it and put it in your mouth, it broke easily and left a sweet taste of fruit running through your mouth, it broke easily and left a sweet taste of fruit running through your mouth. These are the unforgettable mistelas, and are the sustenance of the home of Marco Antonio Jiménez, a Colombian native of Sogamoso, Boyacá, near Bogotá. He learned to elaborate them more than 50 years ago from the hand of his great-grandparents, and tells us that the recipe for borrachitos, as he is called in his native country to the mistelas, has been in his family for more than 100 years. Elaborate them is a ritual that Don Marco carries out every day from 03:00, because between these and the others he has to wait a minimum of six hours to be ready, then clean them one by one. Formerly the mistelas were filled only with fruit syrup; however, today they are filled with whiskey, anise and even brandy. Don Marcos states that his arrival in Ecuador was purely coincidental, since he was on his way to Costa Rica; However, he met Lourdes Pozo, (former event manager of the City Museum), who told him that the mistelas were traditional in Quito, and suggested he stay. Without thinking twice settled, and has been in this Franciscan city for 12 years. Don Marcos is the father of seven children, all based in Spain, who also know how to make the mistelas. He points out that in that country it is difficult to prepare them, because a special climate is required for them to be well, besides that their children say that it is very laborious to prepare them. However, Don Marco hopes that at least one of them will continue with the tradition. If you want to taste the tasty mistelas, you can find them in La Ronda, in the Plaza Grande, in the Quesadillas de San Juan or in the Cruz Verde. https://es.wikipedia.org/wiki/Mistela
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LA TRADICION DE LAS MISTELAS, PATRIMONIO ALIMENTARIO El Gallito de la Catedral… En los tiempos en que Quito era una ciudad llena de imaginarias aventuras, de rincones secretos, de oscuros zaguanes y de cuentos de vecinas y comadres, había un hombre muy recio de carácter, fuerte, aficionado a las apuestas, a las peleas de gallos, a la buena comida y sobre todo a la bebida. Era este don Ramón Ayala, para los conocidos “un buen gallo de barrio”. Entre sus aventuras diarias estaba la de llegarse a la tienda de doña Mariana en el tradicional barrio de San Juan. Dicen las malas lenguas que doña Mariana hacía las mejores mistelas de toda la ciudad. Y cuentan también los que la conocían, que ella era una “chola” muy bonita, y que con su belleza y sus mistelas se había adueñado del corazón de todos los hombres del barrio. Y cada uno trataba de impresionarla a su manera. Ya en la tienda, don Ramón Ayala conversaba por largas horas con sus amigos y repetía las copitas de mistela con mucho entusiasmo. Con unas cuantas copas en la cabeza, don Ramón se exaltaba más que de costumbre, sacaba pecho y con voz estruendosa enfrentaba a sus compinches: “¡Yo soy el más gallo de este barrio! ¡A mí ninguno me ningunea!” Y con ese canto y sin despedirse bajaba por las oscuras calles quiteñas hacia su casa, que quedaba a pocas cuadras de la Plaza de la Independencia. Como bien saben los quiteños, arriba de la iglesia Mayor, reposa en armonía con el viento, desde hace muchos años, el solemne “Gallo de la Catedral”. Pero a don Ramón, en el éxtasis de su ebriedad, el gallito de la Catedral le quedaba corto. Se paraba frente a la iglesia y exclamaba con extraño coraje: – “¡Qué gallos de pelea, ni gallos de iglesia! ¡Yo soy el más gallo! ¡Ningún gallo me ningunea, ni el gallo de la Catedral!”. Y seguía así su camino, tropezando y balanceándose, hablando consigo mismo, – “¡Qué tontera de gallo!” Hay personas que pueden acabar con la paciencia de un santo, y la gente dice que los gritos de don Ramón acabaron con la santa paciencia del gallito de la Catedral. Una noche, cuando el “gallo” Ayala se acercaba al lugar de su diario griterío, sintió un golpe de aire, como si un gran pájaro volara sobre su cabeza. Por un momento pensó que solo era su imaginación, pero al no ver al gallito en su lugar habitual, le entró un poco de miedo. Pero don Ramón no era un gallo cualquiera, se puso las manos en la cintura y con aire desafiante, abrió la boca con su habitual valentía. Pero antes de que completara su primera palabra, sintió un golpe de espuela en la pierna. Don Ramón se balanceaba y a duras penas podía mantenerse en pie, cuando un picotazo en la cabeza le dejó tendido boca arriba en el suelo de la Plaza Grande. En su lamentable posición, don Ramón levantó la mirada y vio aterrorizado al gallo de la Catedral, que lo miraba con mucho rencor. Don Ramón ya no se sintió tan gallo como antes y solo atinó a pedir perdón al gallito de la Catedral. El buen gallito, se apiadó del hombre y con una voz muy grave le preguntó: – ¿Prometes que no volverás a tomar mistelas?- Ni agua volveré a tomar, dijo el atemorizado don Ramón.- ¿Prometes que no volverás a insultarme?, insistió el gallito.- Ni siquiera volveré a mirarte, dijo muy serio.- Levántate, pobre hombre, pero si vuelves a tus faltas, en este mismo lugar te quitaré la vida, sentenció muy serio el gallito antes de emprender su vuelo de regreso a su sitio de siempre. Don Ramón no se atrevió ni a abrir los ojos por unos segundo. Por fin, cuando dejó de sentir tanto miedo, se levantó, se sacudió el polvo del piso, y sin levantar la mirada, se alejó del lugar. Cuentan quienes vivieron en esos años, que don Ramón nunca más volvió a sus andadas, que se volvió un hombre serio y muy responsable. Dicen, aquellos a quienes les gusta descifrar todos los misterios, que en verdad el gallito nunca se movió de su sitio, sino que los propios vecinos de San Juan, el sacristán de la Catedral, y algunos de los amigos de don Ramón Ayala, cansados de su mala conducta, le prepararon una broma para quitarle el vicio de las mistelas. Se ha escuchado también que después de esas fechas, la tienda de doña Mariana dejó de ser tan popular y las famosas mistelas de a poco fueron perdiendo su encanto. Es probable que doña Mariana haya finalmente aceptado a alguno de sus admiradores y vivido la tranquila felicidad de los quiteños antiguos por muchos años. Es posible que, como les consta a algunos vecinos, nada haya cambiado. Que don Ramón, después del gran susto, y con unas cuantas semanas de por medio, haya vuelto a sus aventuras, a sus adoradas mistelas, a la visión maravillosa de doña Mariana, la “chola” más linda de la ciudad y a las largas conversaciones con sus amigos. Lo que sí es casi indiscutible, es que ni don Ramón, ni ningún otro gallito quiteño, se haya atrevido jamás a desafiar al gallito de la Catedral, que sigue solemne, en su acostumbrada armonía con el viento, cuidando con gran celo, a los vecinos de la franciscana capital de los ecuatorianos. MISTELAS JIMENEZ Marco Antonio Jiménez camina colombiano de 67 años muestra con orgullo el fruto de su trabajo artesanal, que además es un delicadísimo y tradicional manjar quiteño: las mistelas. Jiménez ubica sobre una mesa de madera pequeñas bandejas plásticas con la apetecida golosina. Las organiza en tres grupos, uno con las mistelas rellenas con whisky, otro con las de frutas y un tercero con las que contienen licor anisado. Con paciencia deja listo su puesto, uno del centenar de la feria de artesanías organizada por las Fiestas de Quito. En cuestión de minutos empieza un verdadero desfile de clientes. Algunos creen que son simples caramelos espolvoreados con azúcar impalpable. A una pareja de jóvenes le llama la atención los colores vivos y las formas de botella, de caballo y de pistola de esos dulces, pero Jiménez les aconseja que los tomen con mucho cuidado y se los lleven directamente a la boca, pues así saborearán la singular golosina. “Es deliciosísima esta combinación, verdaderamente me sorprendió. Lo que me causa curiosidad es cómo se la realiza, porque el cascarón luce totalmente liso, no se ve por dónde metieron el centro líquido”, comenta el joven. El secreto mejor guardado Jiménez cuenta que es la misma pregunta que todos le hacen y que siempre responde que es un secreto profesional celosamente guardado. Sin embargo, cuenta que el procedimiento tiene tres partes: La harina seleccionada para realizar el frágil cascarón, la forma de hornearla y el ingresar el licor de tal manera que quede totalmente liso y simétrico. “Mi tatarabuelo y sus antepasados mantuvieron la tradición, parte de la cual es que uno mismo debe aprender a elaborar sus propias mistelas. Yo observaba a escondidas a mi abuelo como realizaba, pero el procedimiento para ingresar el centro líquido jamás me permitió ver, esa es parte de la tradición, el que uno mismo aprenda”, comenta. Grato recuerdo Patricia Aren, artesana de 57 años, se acerca a adquirir varias bandejas de mistelas. “Primero es algo tradicional de Quito, segundo es riquísimo, para qué. Es provocativo este dulce. De niña probaba las mistelas, pero luego desaparecieron, ya no había. Hace poco reaparecieron”. Jiménez cuenta que las mistelas literalmente han endulzado su vida, a propósito de uno de los capítulos más difíciles que enfrentó en 1997, cuando se vio obligado a huir de su país, por la violencia de grupos armados. Confiesa que vino “de paso” a Ecuador. Buscaba un trabajo temporal como chofer profesional. Su intención era comprar un pasaje de avión para ir Costa Rica, a donde pensaba emigrar. Manos a la obra con este objetivo, se desempeñó como chofer particular de una familia durante un par de años, tiempo en el que echaba de menos a estas golosinas, que elaboraba en sus tiempos libres en Colombia con el nombre de ‘borrachitos’. El Dato Al manjar selecto no se encuentra en cualquier lugar. En el pretil del Palacio Arzobispal se lo puede adquirir en la cafetería ubicada frente al Centro Cultural de San Juan. También se venden en un local de la Eloy Alfaron y 9 de Octubre y en La Ronda.
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